La vida, anécdotas y estupideces de un creativo mexicano, con el ego de un argentino, que cocina pasta italiana, tiene un coche gringo, un radio japonés y que ama la música francesa. (Este espacio azul está muy grande y ya no se que escribir para llenarlo).



Así lo hice...

Necesitaba caminar, poner en orden mis ideas. Así lo hice.

Después de muchas cuadras vi a mi vecino de 14 años sentado en la banqueta escuchando música en su Ipod.

Me saludó y se levantó con la misma sorpresa que yo al verlo ahí.

¿Qué haces por aquí? Pregunté. Espero que mi papá temine de dar clases de danza. Respondió.

¿Clases de danza? ¿Su papá da clases de danza? Que raro. Nunca pensé que el “coleccionista oficial de coches de mi cuadra” (es que tiene como 10 carcachas que según él son autos clásicos) impartiera clases de danza, y la imagen de su peluquín oleando al estilo de Billy Elliot en un salto suspendido en el tiempo, fue algo que quise borrar de mi pensamiento inmediatamente…

Nos despedimos y seguí caminando. Es impresionante la manera en la que cambian los niveles socioeconómicos de una calle a la otra. Sin darte cuenta, en 4 cuadras estás en una zona llena de banditas, personas “pegándole a la mona” (inhalando thinner), o chupando en la vía pública, cuando a menos de un kilómetro te quedabas viendo una casa con enorme jardín y un Hummer negro en la puerta.

Llegué a lo que parecía una “casa de cultura”, me recordó a la casa Reyes Heroles en Coyoacán, y las calles definitivamente se parecían al callejón del Aguacate, famoso por la leyenda de un güey que se colgó en un árbol, por la estrechez del lugar (suficiente para hacer difícil el acceso con bicicleta o a pié), por la virgen empotrada junto al cementerio que dicen llora sangre por los asesinados en “Aguacate”, y por las jaurías callejeras que no dudan en atacar a cualquiera que transite ese enigmático lugar.

Pensé en entrar, ver si había alguna exposición, o clases de guitarra o algo que pudiera sacarme de las marañas mentales que venía arrastrando y así lo hice. No había más que unas clases de dibujo al desnudo, que por cierto estaban cerradas al público, el horario no era el mejor, pasaba de las diez de la noche, al dar la vuelta por la parte trasera de la casa me encontré con un grupo de güeyes que estaban madreando y robando a un señor muy al estilo de Naranja Mecánica.

El falso heroísmo nunca ha sido mi fuerte, así que pensé en salir rápido de ahí y mejor avisarle al policía que estaba en la puerta de la casa de cultura, en ese momento, uno de los güeyes me detuvo del brazo, y me dió un golpe en la boca del estómago haciendo que cayera sobre las rodillas mientras colocaba una navaja en mi cuello. Yo me limité a recobrar el aire y a levantar las manos en señal de que no quería problemas. El líder del grupo, se acercó y me dijo que le gustaba mi chamarra mientras empezaba a quitármela, después, siguió “elogiando” mi celular, mi Ipod, mi cartera, mis zapatos, mi camisa y mi cinturón, había empezado a llover, las gotas me hacían temblar aunque no sabía si era el frío, el coraje o la impotencia.

No quería verlos, desviaba la mirada para que no se topara con la de ellos, en especial con la del líder, en los años que viví cerca de delincuentes juveniles, aprendí que no hay cosa que ponga más nervioso a uno que: lo mires a la cara.

Después de vaciar mi cartera y de tirarla al piso se acercó a mí y sacó una pistola, cortó cartucho y la puso en mi sien, el que me puso la navaja se separó de mi. El líder me dijo con un notorio gusto: “ponte viendo a la pared, no quiero que me salpique”. Juro que es verdad que tu vida pasa en un segundo frente a tus ojos en esas situaciones. Me puse de pié, no pensaba en nada, solo sentía como el cañón de la pistola pasó de la sien a empujarme la nuca, colocando mi rostro contra la pared llena de graffiti.

El miedo me llenó por completo y contrario a lo que me dictaba la razón dije en voz alta: ¡Que pocos huevos! Ni siquiera lo puedes hacer mirándome a los ojos, segundos después sentí un profundo dolor en el costado derecho, me había golpeado con la cacha de la pistola, me costaba trabajo respirar, por primera vez en mi vida me habían roto una costilla.

¿Quieres que te vea a los ojos? ¿Y si mejor te los saco? ¿O lo que quieres es probar una pinche bala en el hocico?

Las risas de sus amigos cesaron en ese momento, solo escuchaba mi corazón latir tan rápido y tan fuerte que pensé que la cabeza me explotaría.

Me agarró del cabello y me jaló hasta quedar en el suelo boca arriba, mi brazo derecho estaba en “L” por el instinto natural de inmovilizar la costilla que me habían roto, él, se hincó colocando su peso en mi pecho, el dolor fue insoportable, sentía que algo se me clavaba. Trató de abrirme la boca con la pistola, yo movía la cabeza de lado a lado intentando meter algo de aire a mis pulmones sin ahogarme por la lluvia.

Se reía, lo disfrutaba realmente, sus amigos estaban callados, supongo que igual que yo asustados.

Él, puso la pistola debajo de mi mandíbula, quise cerrar los ojos pero no podía, la rabia y el miedo me hacían querer memorizar su cara, confrontarlo, sobrevivir. De la nada, ví estrellarse en su cabeza una piedra, el señor que había sido golpeado la dejó caer con toda su fuerza sobre nuestro atacante, la pistola cayó a mi lado izquierdo, solo escuché un grito ahogado: “¡La pistola levántala!”. Era aquél hombre antes de ser víctima de las navajas del grupo de asaltantes. Levanté la pistola con la mano izquierda, mientras gritaba ¡Váyanse hijos de la chingada! ¡Váyanse o me los chingo!, al verme con la pistola en la mano, corrieron dejándonos en el lugar al señor con varias heridas de navaja, al líder que estaba en el piso y a mí, con un arma en las manos y tratando de levantarme. Pensé en huir, el hombre que me salvó la vida no respiraba, tenía muchas puñaladas en el estómago y el tórax.

No sabía que hacer, mientras me amarraba los zapatos y recogía las cosas de mi cartera, pensé en una solución, pondría la pistola en la mano de aquel hombre, y le daría un tiro a la pared, después todos pensarían que había tratado de defenderse y que por eso lo mataron, finalmente no era una total mentira y de esa manera no podrían vincularme con lo sucedido.

Me acerqué al cuerpo, le coloqué la pistola y cuando iba a disparar, una sombra se acercó a mí.

Era el líder, tenía una navaja en la mano y la cara llena de sangre, pensé en vivir, en ponerle una bala en el pecho. Y...


Así lo hice.

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posted by Nacho @ 10:09 p.m.,

4 Comments:

At 11:23 a.m., Blogger Kekita said...

Al principio pensé que era real, a la mitad me empecé a espantar, casi al final ya estaba asustada, pero cuando llegué al final y vi en "etiquetas": cuentos y poesías, me tranquilicé. Qué bueno que no fue anécdota...
Ü

 
At 12:12 p.m., Blogger Miss Neumann said...

Dime porfavor que fué una pelicula y que no lo viviste.....


Besos

 
At 4:02 p.m., Blogger AndreaLP said...

Primera vez por aquí. Llegué de rebote, pero me gustó. Te estaré visitando.

Respecto a tu post, me helaste la sangre, hace poco me pasó algo similar afortunadamente sin consecuencias. Cuando llegué al final y leí las etiquetas, descansó mi alma, jaja.

Saludos.

 
At 1:29 p.m., Anonymous Anónimo said...

Creo que la categoría de etiquetas debería de ser Cuentos/Poesías/Terror/Lamanopeluda/Ay nanita/Pánicoenlamontaña/Fiuf

Por historias del DF como estas, se llenó mi pueblo y ahora somos millones. Qué bueno que la tuya es inventada.

 

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